Los pañuelos iban desapareciendo, uno tras otro, del paquete.
Su cometido se cumplía rápidamente, sin dejar tiempo, casi, al siguiente.
Las lágrimas caían sin cesar, desahogando la pena y el malestar.
Sin solucionar nada, sin aliviar la razón por la que brotaban.
Empapando los pañuelo de papel, que acababan en la misma papelera donde estaban los trozos de su ingenuo corazón.
La debilidad era propia de ella, las luces de un día nuevo no cambiaban las penas, por fuera siempre fuerte, siempre una gran guerrera.
Por dentro medio inerte, excepto esa mitad que iba por libre.
Siempre sola, entre todos, la más sola.
Entre gente, estaba sola.
Sin escudo, ni armadura.
Sin espada, ni herradura.
La suerte es relativa, como el tiempo, efímero, sin vida.
jueves, 19 de noviembre de 2009
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con solo 3 entradas tuyas que he leido, puedo decir, sin luego arrepentirme, que escribes muy bien!
ResponderEliminarGracias Irune. Me alegro de que te guste. Y gracias por hacerte seguidora!
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